8 de agosto de 2009

LA VALENCIANIDAD DEL PP

La pertenencia a un pueblo y a su tierra se materializa a veces de manera tan intermitente y de forma tan incierta, que muchas veces es difícil distinguirla, incluso a hacerle caso y a tomársela en serio. Algo así les suele pasar a los dirigentes del PP, que sufren durante periodos transitorios, a veces demasiado largos, un prolongado fundido en negro de sus presuntos sentimientos valencianos. En ocasiones llegan incluso a confundir el apego a sus raíces con decisiones contradictoria y despropositadas, como la permisividad del abuso urbanístico en lugares emblemáticos y protegidos, el aterramiento de marjales y ríos, la destrucción del patrimonio cultural, el agasajo a personajes equívocos etc... En un personalísimo intento de establecer una relación renovada con las señas de identidad, por razones más que evidentes vetada a los demás.

La valencianidad que los efímeros PePeros piden a los demás es muy cercana al esperpento que solía protagonizar el olvidado González Lizondo (el del Pacto del Pollo, que encumbró a un político de nombre Zaplana, de origenes cartageneses, tan valenciano como las coles de bruselas...), que para demostrar las evidentes diferencias entre el catalá y el valenciá, se empecinaba en que se subtitularan, con subtítulos en valenciano, las películas catalanas que se proyectaban en la Mostra de Valencia.

La valencianidad, recalca con sus decisiones la Alcaldesa Rita Barberá, se demuestra dando la llave de la caja pública, esa sí de todos los valencianos, a personajes que hacen bueno el famoso refrán popular "forasters vindrán i de casa ens traurán". Esos Betarellis y esos Ecclestones, que cubiertos de oro, son presentados a la ciudadanía como los que, bombo en mano y pito a los labios, esparcen en el mundo mundial las bondades de esta tierra. Y que a la primera de cambio, con la chequera bien llena, zarpan hacia el nuevo eldorado, dejando atrás un panorama desolador y aterrado por el paso de estos nuevos y modernos atilas. Ni hay que decir lo mucho y lo grande que ha hecho por Valencia un hijo prodigo de esta tierra que responde al ya celebre nombre de Calatrava.
La valencianidad de la etílica Alcaldesa no es moneda de cambio, no se vende por nada, y si para demostrar la contundencia de ese sentimiento hay que arrasar un barrio histórico, memoria viva de Valencia, que se haga y no se hable más! Un buen bolso de Vuitton es más valenciano que unas anchoas, que son cara eh!, que el insulso Zapatero recibe de ese mindundi cántabro...

De todos es conocida la elegancia y el estilo valenciano. Si algunos descreídos cenizos se atreven a ponerla en duda, entonces asoman las figuras de la elegancia y del savoir-faire, los verdaderos hombres como se mueven como tiburones (perdón, peces...) en el mar revuelto de la moda, para que tracen el camino. Ahí reside la diferencia entre la valencianidad bien entendida, nos vienen a decir los prohombres del PP, y el resto de ineptos advenedizos valencianos. En esa diferencia capital reside la fuerza de un nutrido grupo de personas, sabedores de que la valencianidad de los representantes del pueblo está por encima de cualquier consideración ética y moral. Un buen traje y unos buenos zapatos, que le hacen a uno verdaderamente valenciano, valen sus cuartos y que no hay que mirarle la cartilla a los que te proveen de ellos. Está en juego la elegancia de un pueblo, su historia y su reconocimiento nacional e internacional, por eso si hay que aprobar una cuantas cosillas de nada, si hay que tener el engorro de estar troceando los importes de las asignaciones, se hace y punto. La valencianidad por encima de todo!

Las pruebas de valencianidad son indispensables para poder representar esta tierra, para hacerla prospera y crecer. El PP nos lo demuestra a diario con su enorme capacidad de hacer crecer la cuentas personales de sus dirigentes, con los agasajos que con marcial puntualidad reciben, con la imprudente subasta a la baja del patrimonio público, con el uso descontrolado de las perversas e inexistentes reglas del juego democrático, que el impúdico contubernio de sus presuntas relaciones amistosas.

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